El segundo largometraje de Terrence Malick es la confirmación de que este director nos ofrece en sus películas mucho más que una historia. En su obra es tan importante el argumento como la vida interior de sus personajes, las contradicciones y contrastes, los enigmas, el contexto social y natural y un sinfín de matices y símbolos que se nos muestran clara e impactantemente en ocasiones y de una forma velada en otras. Esta riqueza nos permite múltiples lecturas, nos cuestiona y provoca de una forma muy personal a cada uno de nosotros.
Se podría decir que, más allá de la historia que la película cuenta, está lo que nos cuenta de nosotros mismos, de nuestra propia historia.
La historia, como en Malas Tierras, es sencilla: Días del Cielo cuenta como a principios del siglo XX una pareja de novios, Bill (Richard Gere) y Abby (Brooke Adams), acompañados por la hermana menor de él (Linda Manz), huyen de la miseria en la que viven en Chicago para trabajar en los campos de Texas, como jornaleros en la temporada de cosecha del cereal. Allí, ocultan que son novios para evitar habladurías y se hacen pasar por tres hermanos. Al acabar los trabajos de la cosecha el rico dueño de las tierras (Sam Shepard), en situación de enfermedad terminal, se enamora de Abby y les ofrece quedarse acogidos en su casa. Ante la perspectiva de una vida desahogada y lejos de las miserias que han conocido, aceptan la invitación pensando en secreto que el fallecimiento el dueño les permitirá heredar parte de aquella gran fortuna. Sacrifican de esta manera su proyecto común a cambio del bienestar y, realmente, tienen la oportunidad de vivir como ricos, en la más absoluta despreocupación por lo material mientras su proyecto de amor y pareja se descompone irremediablemente.
Más allá del argumento una de las primeras cosas que me gustaría destacar de esta película es la labor del español Nestor Almendros como director de fotografía, por la que fue galardonada con el Oscar a la mejor fotografía. Cada plano es digno de contemplarse y disfrutarse en su iluminación, encuadre y composición. La belleza de unos interminables atardeceres de verano en los campos de cereal resulta en muchos momentos sobrecogedora. En sus imágenes vemos el paso del tiempo, el cambio de la luz, la naturaleza serena en animales, ríos y paisajes, el contraste con el interiror de la casa, la violencia de las plagas y, de nuevo como en Malas Tierras, el fuego que destruye sin que nadie lo pueda parar. Todo está cuidadosamente fotografiado en una narración llena de imágenes que atrapan la atención durante toda la película.
También hay que destacar la banda sonora. No vamos a descubrir ahora a Ennio Morricone, pero es imprescindible subrayar como imagen, sonido y narración se complementan y enriquecen de forma magistral. Citando esta reseña: "La banda sonora presenta tres temas centrales sobre los que gira la película, siendo el primero de ellos un sugerente y evocador leitmotiv basado, intencionadamente, en el movimiento de Aquarium del Carnival of the Animals de Camille Saint-Saëns, y que capta la inocencia de una época ya pasada, con nostalgia y melancolía".
Por cierto, quizá os suene esta música, pero no es extraño porque los que somos padres lo hemos escuchado en muchas ocasiones en este arranque también cinematográfico y también magistral, aunque nada tenga que ver con Malick. Curioso ¿no?...
Las imágenes iniciales, durante los títulos, son fotografías de época, retratos de las personas que poblaban el Chicago de principios de siglo. Sus miradas tienen una fuerza especial y me recordaban a esos Santos Inocentes de Delibes/Camus que viven estoicamente su destino, atrapados en la miseria y sus humillaciones. En palabras de Linda: "Había gente que sufría muchas penalidades, dolor y hambre, incluso algunos llevaban la lengua colgando fuera de la boca". Bill trabaja en una fundición, en un trabajo extenuante y abusivo bajo la arbitraria presión del patrón al que Bill acaba asesinando de forma casi involutaria. A diferencia de Azarias, este asesinato es el comienzo de la película, en lo que supone el motor inicial de la huida a lomos de un sucio tren que, en esta ocasión no viaja hacia el norte como el de Sabina, sino hacia los campos de cereal de Texas. Si pensamos ahora en Kit y Holly, los protagonistas de Malas Tierras, nos daremos cuenta de aquel asesinato que supuso el impulso de huida y de aquel tren que no cogieron y que, de alguna manera, simbolizaba el futuro que irremediablemente se les escapaba. Los tres protagonistas de Días del Cielo huyen en un tren, comienzan una vida nueva y, aunque no tienen ni siquiera el dinero necesario para pagarse el billete, están juntos, se quieren y comparten el sueño de una vida mejor que comienza en aquel viaje abrazados en el techo del tren.
Es entonces cuando se nos da una de las primeras claves de la película cuando, en forma de pincelada, nos indican que Bill y Abby ocultaban su amor haciéndose pasar por hermanos para evitar las habladurías. No debemos olvidarnos de que se trataba de la sociedad de 1916 en la que una relación fuera del matrimonio podía suponer un escándalo insoportable. Por evitar los rumores, ocultarán sus verdaderos sentimientos y los cimientos de su relación se tambalearán.
Durante el tiempo del trabajo en la cosecha veremos el esfuerzo de los jornaleros, los interminables días de trabajo y la exigencia del capataz que representa con mano dura a un lejano patrón, poderoso y rico, dueño y señor de aquellas tierras que decide, cuando y cómo se hacen las cosas. El patrón es una figura misteriosa y simbólica, cuya fuerza se ve acentuada por medio de la metáfora de la casa, mansión inalcanzable siempre presente que materializa la vida con la que sueñan los pobres jornaleros y a la que está, expresamente, prohibido acercarse. La casa y su Señor son caras de una misma realidad que contrasta continuamente con la dureza del trabajo y penurias de los trabajadores.
Las puertas de esa vida se les ofrecen abiertas a los tres protagonistas cuando el Señor de las tierras se enamora de Abby y la invita a "entrar a la casa" junto a sus supuestos hermanos. Al mismo tiempo que reciben dicha invitación, Bill descubre que el patrón se encuentra gravemente enfermo, a las puertas de la muerte. No es necesario que nos expliquen como la tentación de una vida mejor acaba dominando las opciones, confiados en que sería un mal menor por el pronto fallecimiento del Amo. Tremenda opción en la que se contrapone el bienestar material frente al amor intangible, la riqueza inmediata frente al beneficio de un proyecto común, la traición a la honestidad, el éxito de alcanzar el sueño del resto frente al fracaso de quedarse en la miseria donde están todos. Malick no nos detalla la opción, pero somos testigos de como Bill, Abby y Linda viven sus efímeros días de Cielo. En palabras de Linda: "Nunca habíamos sido tan ricos, quiero decir que de repente vivíamos como reyes. No hacíamos nada. Nos pasábamos todo el día jugando. No teníamos otra cosa que hacer. Desde luego los ricos lo pasan muy bien".
Pero, como dice la canción de Vinicius de Moraes: "Tristeza ñao tem fim, felicidade sim" (en castellano en la versión de Presuntos Implicados) y así es como la felicidad en la mansión del granjero poco a poco desaparece y se va acabando según el doble juego de engaños y disimulos va dejando la relación de Bill y Abby desprovista de sentido, de espacios para expresarse quedando reducida a miradas robadas, momentos furtivos, celos, frustraciones y vacíos que ni siquiera toda la riqueza de la mansión puede compensar. Los días de Cielo van dejando paso a días de amargura y desolación. Cuántas veces se preguntarán los protagonistas, como la Holly de Malas Tierras hacía en aquel bosque, ¿qué hubiera sido de mi vida si no hubiera aceptado aquella invitación? ¿qué hubiera sido de mi si hubiera tomado otra opción, si hubiera sido fiel a mis opciones, a mis convicciones, a mis inquietudes?.
La intensidad del conflicto aumenta cuando el dueño va descubriendo signos inequívocos del amor entre Bill y Abby y la desconfianza va creciendo en él, que había abierto la puerta de su casa a Abby y a sus hermanos por amor. La sensación de traición llega a la convulsión cuando llega la plaga de langostas, en una figura evidentemente bíblica.
El hombre cae en la tentación, traiciona la confianza y acaba recibiendo el castigo de la infelicidad, de la destrucción y la esterilidad de una cosecha perdida culminando en una espiral de violencia imparable plasmada en la pantalla como un fuego que arrasa la plantación y que es la expresión terrible del dolor y la destrucción en la que se han convertido aquellos Días de Cielo con pies de barro. Imágenes apocalípticas que ya se nos habían anticipado en las primeras escenas cuando Linda dice: "Conocí a un tipo llamado Ding Dong. Me dijo que la tierra entera se convertiría en una hoguera. Las llamas emanarían a diestro y siniestro. Simplemente aparecerían. Las montañas se convertirían en una gran llamarada y que incluso brotarían las llamas del agua. Y que los animales correrían despavoridos, algunos ya quemados, otros con sus alas a medio quemar. Y que la gente empezaría a gritar y a pedir ayuda. Y que las personas que hayan sido buenas irían al cielo y escaparían de ese fuego. Pero a las que habían sido malas, Dios ni siquiera las escucharía."
Y la historia termina muerte sobre muerte, en una nueva huida que vuelve a fracasar en un destino ineludible en el que la redención no está al alcance del hombre, sino que tiene que venir de lo alto, un final que no deja margen al "Happy End" complaciente y de sonrisa fácil.
Dejo para otra ocasión la historia de la hermana menor, juguete roto con múltiples elementos comunes con los fríos y crueles personajes de Malas Tierras, que cierra la película en un enigmático epílogo en el que se reinicia otro viaje hacia el fracaso: "Ella (niña que con la que se escapa del internado) no sabía adónde iba o qué iba a hacer. No tenía dinero. A lo mejor conocería a algún tipo. Espero que le fueran bien las cosas. Era una buena amiga".
Sensacional película esta segunda de Malick, con una potencia visual y musical impresionante, interpretaciones impecables y, de nuevo, la sensación de que es un cine que se queda contigo, te acompaña, te cuestiona y provoca. Te arma y desarma para no dejarte indiferente ante la naturaleza humana que, una vez vista, te resulta más comprensible en su pequeñez y miseria.
Creo que me ha gustado más incluso que Malas Tierras y me quedo con ganas de leer vuestras impresiones. Os espero.
Para empezar, tendría que decir que aunque la película no tuviera ninguna historia que contar, ninguna reflexión que aportar, o ningún personaje por el que interesarse, valdría la pena sólo por la belleza de las imágenes y por la música.
ResponderEliminar¡Qué colores, qué planos, qué fotografía! Empieza ya con una imagen preciosa en el techo del tren, Bill y Abby abrazados huyendo con otros muchos, con el horizonte al fondo rompiéndose por el tren que avanza. El trabajo de los jornaleros tan bien reflejado, casi se inhala y provoca la tos el polvillo que resulta del trabajo del cereal. Y qué juego tan hermoso hace con los dorados días de campo en compañía de Bill y los días azules del cielo con el patrón en su mansión. Y unos días dorados, se siguen de días azules, y éstos a su vez de días dorados de nuevo. Y los detalles de la naturaleza, espectaculares.
La música la he disfrutado mucho, no sólo por la melodía, sino por la fuerza y vitalidad que da a las imágenes. Escucho, mientras escribo esto, el movimiento de Aquarium del Carnival of the Animals, y me lleva a los campos dorados atardeciendo, y a temer por esos cambios en la vida de los personajes que van aconteciendo.
La película por suerte, además de hacer disfrutar la vista y el oído, deja unos cuantos mensajes para la reflexión. A mí la que más me ha llamado la atención, es lo que comentaba al principio, cómo los días dorados o azules, no son estáticos, van y vienen, no sólo por las circunstancias externas, sino también y fundamentalmente, por nuestras opciones.
Continúo...
ResponderEliminarEn la película anterior, Malas Tierras, me hizo pensar más en cómo el entorno y las circunstancias pueden determinar una vida de soledad, de desarraigo sobre todo emocional, que desembocan en una vida como la de los dos personajes. De ellos, a primera vista llama más la atención la historia Kitt, sin rumbo y con hechos que lo llevan lejos del afecto, el amor, la relación y respeto por los otros. Pero, es Holly la que realmente me deja perpleja. Él sin rumbo, hace determinadas cosas. Pero ella, también sin rumbo, no hace otra cosa que vivir la vida de él, ni siquiera al final, cuando hace algo por ella misma que es abandonarlo, parece que retome mucho las riendas de su vida.
En Días del cielo, me quedo con la reflexión de cómo determinadas opciones marcan el rumbo de la vida. Bill opta por quedarse con el granjero aprovechándose de su debilidad física , pero no es él quien va a estar en la mansión, sino que es Abby quien va a “ejercer de mujer del granjero”. Y ella acepta. Y lo pierden todo, todo lo que era invencible pese a las circunstancias externas (despido de la fábrica, huida en el tren, duro trabajo en el campo…). Hay un momento en que parece que la tranquilidad puede llegar a la vida de los personajes, cuando ella reconoce estar enamorada del patrón, Bill asume el error de la opción y la terrible consecuencia (no sólo se queda sin Abby, sino también sin Linda, su hermana), y por un momento me llegó la esperanza de que podría haber una segunda opción por lo menos para ellas (para él no lo tenía tan claro). Y la devastadora plaga de langostas y el fuego hacen que se desvanezca de forma fulminante. Me resultó durísimo contemplar cómo se destruía esa posibilidad. El “happy end” no debe estar en la cabeza de Malick, como a veces ocurre en la vida.
Como en la película anterior, se repite esa situación de personajes viviendo al ritmo de otros, con pocos signos de que puedan vivir sus propias vidas. Aquí hay dos “niveles”: el de Abby por lo menos hasta el momento en que decide quedarse con el patrón, y el de Linda. Ésta última, a remolque constante de otros: de su hermano, de Abby (cuando pregunta si se quedarán en la mansión, Bill le contesta que lo que decida Abby) y por último a remolque de esa amiga nueva, que ella piensa que puede ser buena. Sí, yo también me pregunto cuál sería su siguiente destino. Vivir según lo que uno opta, y poder optar según tus circunstancias (pasadas y presentes) y tu interior, es un lujo que no todo el mundo tiene.
Y por último, destacaría los pocos signos y gestos de afecto y de emociones que tienen los personajes. Linda, nada. Bill y Abby a veces dejan que se refleje un poco de cariño. El único, y no demasiado, el patrón cuando se fija en Abby y se emociona cuando se acerca a la mansión. El más expresivo es el capataz, que por lo menos consigue reflejar enfado. Me pregunto cómo será la vida sin signos y gestos que reflejen lo que los otros sienten por nosotros, y al revés, lo que cada uno siente hacia los demás.
Me ha gustado mucho, la volvería a ver en una gran pantalla y con un buen soporte audiovisual.
Me despido con ganas de ver la siguiente película
Estoy de acuerdo en todo lo que has comentado y me alegro de que te vayan resultado películas interesantes, sugerentes y, sobre todo tan disfrutables. A mi me está pasando lo mismo con este hombre. Cada vez que veo una película suya me quedo un montón de días dándole vueltas a las imágenes, la música, la situación de los personajes, sus errores, sus aciertos y sus circunstancias. Al final acabo pensando en mi mismo, en las situaciones que comparto o puedo compartir con los personajes y sus pobrezas...
ResponderEliminarEn fin, que son grandes películas y en tu comentario veo que a ti también te lo están pareciendo.
Con lo único con lo que no estoy de acuerdo de lo que comentas es con lo de los pocos signos de cariño y afecto entre los personajes. A mi me parece muy evidente en Linda (¡vaya personaje!... con lo sencillo que hubiera sido poner una niña mona, infantil, inocente y alegre, nos ponen a un "pequeño monstruo" frío y desconcertante, que es casi un personaje de Malas Tierras). Sin embargo la relación de Bill y Abby a mi me pareció muy cariñosa. A lo largo del primer tercio de la película se ve en varias ocasiones como se miran, se abrazan, se besan, comparten la comida, bromean y juegan... a mi me dieron la impresión de que estaban profundamente enamorados y, precisamente, ahí está el origen de toda la tragedia: en que se "desperdicia" ese amor.
En cualquier caso, la riqueza de este cine es que en cada uno resuena de una manera y nos da pie a pensar y cuestionarnos según nuestra percepción y experiencia. A ver qué va comentando el resto.